A Jeanne Deroin
A Yolanda Díaz
Las herramientas del amo, nunca desmantelaran la casa del amo.
UN DÍA DE LLUVIA DE 1847
Un día gris, desapacible, un cielo encapotado. La lluvia golpeaba fuerte, intermitentemente,
las calles adoquinadas de París, en las paredes de las casas, en las ventanas.
Jeanne a través de la ventana miraba pasar a la gente, gente apresurada, refunfuñando acerca
del mal tiempo que estaban teniendo durante este mes de octubre de 1847, no había día que
no cayese un diluvio, en cualquier momento, a cualquier hora, las ganas de llegar a casa eran
muchas.
Mujeres y hombres en su trajín diario preocupados por mantener el trabajo, la salud, el
equilibrio en la familia. Tener trabajo, un techo, un cobijo, necesidad vital en estos tiempos
de crisis e inestabilidad económica; un hogar, un espacio acogedor de reposo y convivencia,
un sueño inalcanzable para una gran parte de ellos y ellas a causa de la miseria material e
intelectual que envolvía a la mayoría de la población.
Hombres y mujeres atrapados en un sistema que los maltrata pero que, a los hombres, frente
a las mujeres, les hace creer una mentira, como una dádiva, - que son superiores – que tienen
más derechos por “nacimiento”, derechos adquiridos, parece ser, por haber sido utilizados
durante siglos como carne de cañón en todos les enfrentamientos bélicos del mundo por las
elites, los poderosos. Si no se creyesen superiores, ¿irían a la muerte con tanta facilidad?
Aunque es cierto que no te puedes negar cuando tienes enfrente al hambre, la cárcel o un
pelotón de fusilamiento.
A los hombres no les interesa profundizar en el origen o raíz de esta “superioridad”, nunca la
perciben como una injusticia. Quizás esta supuesta superioridad esté en el hecho de que, al
ser tan manipulables y vulnerables, el poder los premia con una mentira que se creen
encantados. La sociedad, las religiones, a ellos les reconocen una serie de derechos, a ellas no, a pesar de
que sea a base de una gran mentira y de que sin ellas no habría ellos ni historia de la
humanidad.
Por algo será, piensan ellos.
Jeanne desde pequeña se había sentido objeto de una injusticia a la que le había costado
poner nombre.
Su madre, obrera de un taller de costura, cuando ella le preguntaba por qué
no iba a la escuela, le contestaba siempre con un mohín de desprecio. A veces sabia ser muy
cruel, las niñas no necesitan ir a la escuela, no entienden nada, es perder el tiempo, - es lo que
dicen y han dicho siempre los hombres-.
– ¿Aunque ellos mismos sean unos ignorantes y no sepan leer ni escribir? le contestaba, cuando dejó de ser una niña. Al principio como respuesta le daba un coscorrón en la cabeza,
¡Venga! a trabajar, le decía antes, ahora callaba.
Más tarde aprendió que la clase dirigente quiere a una clase trabajadora analfabeta, mano de
obra barata. La educación para las elites, no para la chusma. Conocimiento significa poder,
capacidad de crítica, rebelión y la clase dirigente solo quieren sumisión.
El control basado en la ignorancia de la mayoría les va de maravilla.
Jeanne, había participado en numerosas reuniones de protesta que se estaban llevando a cabo
reivindicando mejoras en las condiciones de vida y trabajo. Ahora estaba a la espera de
consignas para salir a manifestarse delante de la Asamblea.
De momento el diluvio parisino lo impedía.
Habían echado al rey absolutista Carlos X, que llego al poder después del fracaso de la
Revolución Francesa de 1789, la Primera República de 1793 y la época de Napoleón
Bonaparte de 1799 Cónsul de la República a 1815 emperador derrotado de Waterloo.
Ahora las elites
querían imponer una monarquía constitucional y a un rey “liberal” como se presentaba a Luis
Felipe I de Orleans.
La clase trabajadora estaba harta de tantas mentiras y estaba forzando la
vuelta a la república. La crisis económica total, la desilusión y descontento al ver que las
reivindicaciones socialistas y republicanas para la reforma de la ley electoral y mejoras
laborales no eran aprobadas habían llevado a organizar barricadas para enfrentarse al poder.
Un poder que como antaño estaba formado por las élites de siempre, la iglesia y la neo
aristocracia surgida de la época napoleónica y que, como antaño, no pagaban impuestos.
Todo el peso del estado recaía sobe la clase trabajadora.
Abandona el alfeizar, la lluvia sigue cayendo impertérrita, arregla las macetas de flores
hibérnales que habían desplazado y se dirige a la cocina, el guiso, con su aroma le está
diciendo que ya estaba en su punto. Espera a su marido y la mesa ya está preparada, sus dos
hijas y su hijo tan diligentes como siempre.
Fuera sigue lloviendo a raudales.
Jeanne Deroin al año siguiente participará activamente en la revolución de 1848, se destacará
por la lucha en favor del derecho a voto de las mujeres y en la defensa de los derechos de la
clase obrera. En 1849 se presentará a las elecciones generales a la Asamblea Nacional a pesar
de que estaba prohibida la participación a las mujeres. Una vez instaurada la Segunda
República se aprueba el sufragio universal, esta universalidad no incluía a las mujeres que
quedaban excluidas de la vida política. Jeanne fue la primera mujer en denunciar la mentira
del sufragio universal e introducir el concepto de sufragio universal masculino. Hemos
luchado codo a codo con vosotros por las libertades que os negaban las elites y ahora sois
vosotros los que nos las negáis, había escrito en uno de sus muchos artículos periodísticos,
que no dejaban de incomodarlos.
Un golpe de estado contra la República permitió llegar al poder a Luis Napoleón que, parece,
por tradición familiar pasó de ser republicano a emperador, convirtiéndose en Napoleón III.
Jeanne, se vio obligada a exiliarse, por temor a las represalias, a Londres donde vivirá hasta su
muerte en 1894.