Instituciones públicas corruptas, directores maltratadores de trabajador@s, leyes de dirección de institutos, sinónimo de corruptelas, amiguismo, enchufismo, mobbing, es decir caca.
Toda la sociedad culpable sino reacciona y se enfrenta a toda esta inmundicia QUE SIN QUERER DARNOS CUENTA, inunda y degrada nuestras vidas, al menos de aquellos que pensamos que la gente en su mayoria es trabajadora y honesta, no corrupta y estafadora.
Venga de donde venga:
Una generación de catalanes
LAURA FREIXAS, ELPAÍS, 21-1-2014En la vida de mis abuelos paternos hay, para mí, un gran misterio. Pertenecían ambos a la burguesía catalana —mi abuelo era empresario textil—; hablaban catalán, no iban a misa, leían a Aldous Huxley y Stefan Zweig; pertenecían a un partido catalanista conservador, la Lliga, equivalente de lo que hoy sería CiU. Nada más alejado, diríase, del franquismo... Sin embargo, cuando las tropas del generalísimo entraron en Barcelona en enero de 1939, mis abuelos las recibieron gritando hasta desgañitarse, brazo en alto: “¡Franco, Franco, Franco!”. ¿Qué había pasado? Por desgracia, murieron antes de que yo pudiera preguntárselo. Pero ahora, tantos años después, se acaba de publicar un libro que me da la respuesta: los Dietaris,de Joan Estelrich.
Contemporáneo de mis abuelos, Estelrich (1896-1958) perteneció como ellos a la Lliga: fue secretario de su fundador, Francesc Cambó, y diputado. Sus anotaciones íntimas, escritas en catalán, inéditas hasta ahora, constituyen un documento extraordinario: nos permiten entender una evolución política a primera vista incomprensible, y que sin embargo fue la de gran parte de una generación. “Nosotros, la Lliga”, escribe en 1935, “estamos decididamente al lado de los conservadores españoles en todos los problemas generales; pero los conservadores están contra nosotros furiosamente en la cuestión catalana” (20-12-35).
Joan Estelrich está en Roma cuando estalla la sublevación del 18 de julio. Su primera reacción es indecisa: “Yo, como catalán, debo desear el triunfo del gobierno y como español, el de los sublevados” (20-7-36). Pero muy pronto, lo ve claro. Frente a “un Estado [CATALÁN] independiente con dictadura del proletariado anárquico”, “la victoria de los militares aparece como el mal menor” (26-8 y 1-9-36). El día en que recibe la noticia (falsa) de que Franco ha entrado en Madrid, lo celebra brindando por “esta victoria y las que vendrán” (8-11-36).
En enero de 1940, Estelrich anota: “Hace un año, el día de la liberación, toda Catalunya unánime estaba por Franco y el Movimiento; era el momento para emprender una política de conciliación moral, de integración española. Después han venido las decepciones; toda Catalunya se siente, con razón o sin ella, hostilizada” (31-1-40).
La cosa no debe, con todo, parecerle muy grave, pues cree que un gobernador civil que aunque no sea catalán “conozca la psicología de Catalunya”, con unas simples “disposiciones que satisfagan algún aspecto sentimental y algún aspecto económico”, “se ganaría en un par de días el corazón de todos los catalanes” (23-1-40). En lo que queda del diario (que llega hasta 1949), Estelrich no vuelve a hablar de política. Vive cómodamente desempeñando cargos oficiales: director de la oficina de prensa franquista en París, delegado de España ante la Unesco...
Ciertamente, no toda la burguesía ni toda la intelectualidad catalanas siguieron el ejemplo de Estelrich. Algunos se exiliaron (Carner, Rodoreda, Calders…); otros (Espriu, Manent, Sales…) trabajaron, en el “exilio interior”, en favor de la lengua y la cultura catalanas. Pero tampoco puede decirse, ni mucho menos, que Joan Estelrich fuera un caso aislado. Catalanes tan ilustres como D’Ors, Dalí o Pla fueron franquistas, así como los intelectuales agrupados en torno a la revista Destino; y en sus memorias, elocuentemente tituladas Habíamos ganado la guerra (2007), Esther Tusquets retrata la euforia, en 1939, de muchos catalanes ricos, como sus padres, que jamás dudaron que la victoria de Franco (incluida la disolución de la Generalitat y el fusilamiento de su presidente, Lluís Companys) era la suya.
Lo mismo, supongo, debió sentir mi abuelo. Durante la guerra, los obreros de su fábrica se la incautaron; en 1939, gracias a Franco, la recuperó. Ese mismo año, mi otro abuelo fue encarcelado en Barcelona por los nacionales. Originario de Ávila, había emigrado a Cataluña en 1932 en busca de trabajo; era anarquista y combatió con los republicanos. Al salir de la cárcel fue depurado; pasó miseria el resto de su vida.
Ahora intentemos entender todo esto a la luz de la historia oficial. Una historia formada solamente por dos polos: de un lado “Catalunya”, unánime, resistente, noblemente vencida, siempre víctima; del otro una “España” empeñada, como un solo hombre, en sojuzgar a los catalanes. Es el discurso que destilan las celebraciones del tricentenario de 1714, el reciente congreso titulado España contra Catalunya, el Museu d’Història de Catalunya o la declaración de soberanía aprobada por el Parlament (23-1-13), cuyo preámbulo asegura sin pestañear que “la dictadura de Franco contó con una resistencia activa del pueblo de Catalunya”. Entonces, ¿dónde queda Estelrich? ¿Y Cambó, D’Ors, Dalí, Pla…? ¿Y los padres de Esther Tusquets? ¿Y mis abuelos…? ¿Debo pensar que mi abuela materna, castellana, que era costurera, vivía en un quinto sin ascensor y, en tanto que mujer, no tenía ningún derecho, era la opresora, y mi abuelo paterno, catalán, que tenía dos criadas, una fábrica, un gran piso en Barcelona y tres casas en Lloret de Mar, el oprimido?
Siendo tan burda esa falsificación de la historia, es asombrosa la facilidad con la que está calando. Sin duda en momentos como los actuales, de crisis, miedo al futuro, angustia…, resulta consolador ese espejismo de unanimidad y decisión: “Siempre hemos luchado los mismos por lo mismo, desde hace muchos siglos”, nos vienen a decir. Se ocultan así todos los conflictos internos: de clase, de género, religiosos, ideológicos…, como si el mero hecho de ser catalanes bastara para definirnos y hermanarnos. Es célebre la frase de Cambó, que al conminársele a que eligiera una forma de Estado respondió: “¿Monarquía? ¿República? ¡Catalunya!”. Pero a la hora de la verdad, cuando no pueda seguir echándosele a Madrid la culpa de todo lo que no nos gusta, cuando haya que preguntarse: ¿impuesto de sucesiones?, ¿ley de dependencia?, ¿sanidad pública o privada?, ¿aborto?, ¿religión en la escuela?... “Catalunya” no servirá como respuesta. A la hora de la verdad, por más que seamos todos catalanes, cada persona, cada partido, tendrá que elegir y elegirá, del mismo modo que en 1936 Joan Estelrich tuvo que elegir y eligió sin vacilar a Franco.
Laura Freixas es escritora. Su último libro publicado es Una vida subterránea. Diario 1991-1994 (ed. Errata Naturae, Madrid, 2013).
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